Real Aeroclub de Toledo

Volando desde 1966

Los amigos Florencio y Miguel salieron el pasado Viernes en coche hacia Monflorite (Huesca); iniciaban un camino algo más largo que los escasos 400 Km. que separan Madrid del histórico aeródromo enclavado en dicha ciudad Aragonesa. Buen viaje.

Con el maletero cargadito de ropa de abrigo, las cadenas para la nieve, un puñado de clinex y fundamentalmente, mucha ilusión y no pocas dudas, comenzaban este fin de semana un curso que les debe de permitir conseguir la calificación de Instructor de Vuelo sin Motor. Ánimo 

por Castri

Desde una perspectiva popular, el piloto es visto como gente extraña, muy extraña; el de vuelo sin motor, en particular, comparable con cualquier recién escapado del hospital mental más cercano; ¿qué decir entonces del instructor de vuelo sin motor?, que además de realizar la chifladura de subirse a ese aparato parecido a los aviones de verdad, pero mucho más pequeñito y sin motor, comete la soberana insensatez de tratar de enseñar a otros; veamos si se puede arrojar algo de luz sobre el asunto.

Siempre hay gente alrededor de un planeador dispuesta a realizar preguntas tales como ¿entonces, te hiciste instructor para volar gratis?, o bien, te llevarás a las chicas de calle desde que eres instructor, ¿cierto?, pues ... va ser que no, pero ¿cómo se lo explicas?; sólo un buen rato después, y tras haber conseguido recuperar algo de aliento, uno inicia balbuceante una frase que le ayude a transmitir cuál es la cruda realidad de tener ese relativo honor de ir sentado en la cabina trasera de un planeador biplaza, en calidad de comandante de la aeronave, y donde el piloto al mando es un recién llegado al medio aéreo y por lo tanto, un completo inexperto. Verdaderamente, no es oro todo lo que reluce.

Recientemente he tenido el placer de compartir con Miguel y con Florencio sendos vuelos de entrenamiento para la dura tarea que les espera a su vuelta del curso, haciendo las veces del alumno, y he recordado en sus propias carnes y nerviosismos aquellas mis primeras clases de vuelo como instructor, cuando agarrotado sobre la palanca como si alguien me la quisiera robar, trataba inútilmente de buscar unos instantes de sosiego dentro de aquél artefacto volador, que no había vuelto a moverse tan caótica y descontroladamente desde hacía ... ya tanto tiempo, exactamente desde que un servidor fuera o fuese alumno.

En dichos vuelos y en alguna conversación posterior, comentábamos que más que agarrarse a la palanca, tendrán que sujetarse los machos, pues uno ya no se acuerda de lo tremendamente mal que puede llegar a volar un planeador cuando está en manos del que empieza, pero que es necesario por el bien del alumno y del mismo instructor, relajar la mano, relajar los pies, relajar incluso las exigencias verbales y dejar que el muchacho vaya aprendiendo a su ritmo, a la par que el instructor haga lo propio; lo que en ningún caso significa relajarse uno mismo, más bien todo lo contrario.

En suma, convertirse en instructor de vuelo sin motor en España consiste en pegar el salto, casi con doble tirabuzón y filigrana, pasando de ser unos pilotillos con cierta experiencia y algo de habilidad, a ocupar la cabina trasera (donde la vida comienza a verse diferente desde el mismo instante en que se disfruta de una visibilidad directa bastante más reducida), y a convertirse de repente, por un válgame allá ese nuevo sello sobre la licencia de piloto de planeador ... en la pauta a seguir, en el punto de referencia, en la seguridad en vuelo para nosotros y para el remolcador, en la voz tranquila y pausada que siempre con criterio nos informa de aquello que sí podemos, y de aquello que no podemos hacer; en definitiva, en aquella voz de nuestra conciencia, que nos habla desde algún lugar indeterminado detrás del asiento delantero del avión (incluso duranate el inolvidable día de la suelta), para transmitirnos la serenidad necesaria en aquellos momentos en que somos tan inconscientes de pretender volar subidos a uno de esos chismes, y además en solitario.

Hablando del día de la suelta, se invita al lector a imaginar cómo, bajo qué criterio, él decidiría por primera vez que otra persona, que no es piloto, pueda ser apta para volar sola. ¿Asusta?.

No estaría de más, y sirva este párrafo como reivindicación personal del abajo firmante, recuperar aquella figura de nuestro reglamento formativo denominada Ayudante de Instructor, desaparecida hace ya mucho tiempo, y que algunos consideramos valiosa en todo lo que significa el aprendizaje de nuevos criterios en base a los que actuar, manteniendo siempre altos niveles de seguridad; uno no deja de ser piloto un día porque sí, para convertirse milagrosamente en instructor experimentado. Dejo para otro rato las desafortunadas consecuencias que conlleva esa estúpida actitud humana de querer aparentar lo que uno no es, por el simple hecho de que otros sí lo son.

Volviendo a los protagonistas de nuestra historia, quienes exactamente igual que el resto de alumnos integrantes de un curso de tales características, son pilotos de planeador que acumulan ya cierta experiencia; atesoran por tanto un buen número de horas de vuelo en diversos tipos de aerodinos faltos de energía propulsora propia, multitud de despegues, y lamentablemente siempre son algunos más los aterrizajes, rebotitos incluidos.

Son pilotos que llevan ya algún tiempo practicando lo que para la mayoría es el objetivo final del vuelo sin motor, que no es volar por volar, que no es estar más tiempo que el vecino sin pisar tierra, que no es subir más y más rápido que el otro vecino, que consiste en realidad en cubrir distancia, la máxima posible sin más ayuda que el empujoncito inicial al despeguar hasta los 500 metros sobre el terreno. Cualquiera que esté ahora, o haya pasado por circunstancias similares, sabrá perfectamente que se encuentran en esa etapa en la que están disfrutando como nunca antes lo habían hecho, subidos a una de esas extrañas máquinas producto de la mente calenturienta de los ingenieros.

Son pilotos que, llegados a etapas cercanas a la madurez aeronáutica, ya casi no se acuerdan de aquellas tempranas épocas cuando empezaban a tratar de volar, persiguiendo desesperadamente a la avioneta remolcadora por doquier, cuyo piloto se empeñaba una y otra vez en quitarse de su camino, y a pesar de su insistencia buscando la cola del avión, sólo conseguían tenerle en la posición adecuada por una infinitésima fracción de segundo, cuando aquella pasaba por delante de sus narices como una exhalación, pero sin detenerse.

Son pilotos que vagamente recuerdan aquellas primeras aproximaciones cuando la pista era tan diminuta, tan estrecha, y por supuesto se movía tanto y tan rápido, que más que una pista de aterrizaje se antojaba un porta-aeronaves en pleno Cantábrico con fuerte marejada, y la mar de gruesa a muy gruesa.

Son pilotos, que en definitiva y como es preceptivo, raramente se retrotraen a sus respectivas épocas de formación básica, cuando el alumno que llevaban dentro era completamente incapaz de mantener el morro quieto más allá de una décima de segundo, cuyo cerebro le engañaba informándole de que estaba pisando el pedal del lado correcto, cuando en la realidad no estaba moviendo músculo alguno; el alumno que bastante trabajo tenía en cabina, como para escuchar la radio y entenderla, como para interpretar el espacio cercano al aeródromo y saber en qué sentido realizar el próximo viraje, como para ser capaz de recordar el nombre del pueblo que de vez en cuando se pasaba fugazmente por el morro, como para saber dónde estaban barlovento y sotavento, esos que debían de ser amigos del bicho, y que uno no había tenido todavía el placer de conocer, ... y tantas y tantas otras tareas que el instructor trataba, con resultados de éxito variable, de delegar, e incluso hacerse comprender.

Y nueva preguntita, claro ... y digo yo, si ser instructor no es ninguna bicoca, que empieza por requerir un desembolso razonable para la realización del curso, que además impone un esfuerzo adicional, y justo cuando la evolución personal permite al piloto disfrutar de este deporte como nunca antes lo había hecho ... ¿para qué y por qué alguien se mete en este fregado?. Inspiración profunda, estiramientos de los músculos del cuello, y justo cuando las primeras sílabas están a punto de atravesar las cuerdas vocales de la garganta del instructor, ... ah, bueno, pero entonces ... ganarás mucho dinero, es eso, ¿verdad?; bien, ahora sí que sí, esta es la definitiva; ahora, encima hay que tratar de ocultar la sensación de rubor, casi de vergüenza, que a uno le invade desde los pies hasta la cabeza; y ¿cómo narices le explico yo a este ...?, se me antoja tarea imposible, intentémoslo en cualquier caso, que no se diga.

Los héroes de nuestra pequeña fábula son pilotos que no sólo han madurado como tal, sino que además han sentido la llamada de la naturaleza y han comprendido que ha llegado el momento de convertirse en un eslabón más de la cadena que permite la perdurabilidad de la especie, que hace que unas generaciones eduquen a las siguientes, éstas a las venideras, y así sucesivamente. En esto debe de consistir la eternidad (volovelística). Siguiendo su instinto y pasión por el vuelo sin motor, han decidido invertir en la comunidad volovelística parte de lo que ésta les ha dado anteriormente, y de la misma manera desinteresada, a través de un club deportivo sin ánimo de lucro, donde la formación es gratuita en cuanto al coste humano se refiere, y donde no existe otra contrapartida frente al aprieto, al que indudablemente serán puestos algún día por cualquiera de sus alumnos, que aplicar unas grandes dosis de amor por la terna "vuelo sin motor-club-alumno ".

No hay más, es tan simple como eso, y hay quien lo entiende, quien lo comparte e incluso quien, como ellos, lo practica. Deberán por tanto alimentar infatigablemente esa ilusión de la que hoy disfrutan, hacer gala de una inagotable capacidad de sufrimiento, y fijar la vista en el horizonte a la espera de poder observar las evoluciones del alumno en su primer vuelo solo. Inolvidable, impagable, inexplicable.

Inasequible al desaliento ... y ¿tan fuerte es esa llamada de la naturaleza, que a pesar de lo ya dicho, además anima a un piloto a desplazarse durante cinco fines de semana desde Madrid hasta Huesca?; bueno, digamos que ese realmente es otro tema peliagudo, que algún día conseguiremos redirigir, pero mientras conseguimos o no convocar exámenes de instructor pendientes hace ya algún tiempo, ésta es la mejor alternativa.

Resumiendo, me gustaría alentar a todo aquel que, convencidamente, considere que ha llegado el momento de revertir desinteresadamente lo que algún día, alguien como él, le ofreció con el mismo grado de interés por el deporte, y no por consideraciones personales. Eso sí, tened muy en cuenta que el verdadero disfrute no se encuentra tanto en el durante - que de ello se encarga el alumno vuelo tras vuelo - como en el después, cuando gracias al esfuerzo de ambos, el alumno vuele por fin sin necesidad de compañía, y a ser posible, recorra algún día más kilómetros que el instructor; eso sí que no tiene precio. Encomendaos a la Virgen de Loreto y, continuando con la recientemente iniciada línea literaria del RACT, poned los mondonguillos encima del asiento trasero del biplaza y ... disfrutad.

Mis mejores deseos para todos los integrantes del curso, organizado por el Aeroclub Nimbus, y muy especialmente para los aspirantes a instructor, para que perseveren con la vista puesta en el horizonte de sus respectivos alumnos.

/javier castrillón.
Instructor de Vuelo sin Motor
Licencia de VsM nº 7.482

[{jpageviews 00 none} ] [+14749 16.02.2010] 

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